La fe católica profesa que Jesucristo es verdadero Dios y verdadero Hombre. Esta afirmación, contenida en el Credo, es uno de los misterios más profundos y significativos del cristianismo. Comprender la doble naturaleza de Jesucristo –su divinidad y humanidad– es fundamental para nuestra relación con él y para entender el misterio de la salvación que nos ofrece. En este artículo reflexionaremos sobre este misterio central, exploraremos sus fundamentos bíblicos y teológicos, y analizaremos cómo transforma nuestra vida espiritual.


Jesucristo: Verdadero Dios

La divinidad de Jesucristo está claramente proclamada en las Escrituras y en la enseñanza de la Iglesia. Desde el principio, el Evangelio de Juan establece su naturaleza divina:

«En el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios» (Juan 1,1).

Este pasaje no solo afirma que Jesucristo es Dios, sino que también identifica su eterna existencia y su participación activa en la creación:

«Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho» (Juan 1,3).

Jesús mismo declara su divinidad en varias ocasiones. Por ejemplo, en su diálogo con los judíos, dice:

«Yo y el Padre somos uno» (Juan 10,30).

La divinidad de Cristo es confirmada también por sus obras milagrosas, su poder sobre la naturaleza, la curación de los enfermos, la resurrección de los muertos y, por supuesto, su propia resurrección, que es el sello definitivo de su identidad como Dios.


Jesucristo: Verdadero Hombre

Jesucristo no solo es Dios; también es plenamente humano. El misterio de la Encarnación, donde el Hijo de Dios asume nuestra naturaleza humana, es un acto de amor inigualable:

«Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros» (Juan 1,14).

Como hombre, Jesucristo experimentó todo lo que nosotros vivimos: hambre, sed, alegría, tristeza, dolor y hasta la muerte. Esto lo vemos en momentos como:

  • Su llanto ante la muerte de Lázaro (Juan 11,35).

  • Su angustia en Getsemaní antes de la pasión (Mateo 26,38).

  • Su necesidad de descanso y alimento durante su ministerio (Marcos 4,38; Mateo 4,2).

El autor de la carta a los Hebreos lo expresa así:

«Porque no tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que, en todo, ha sido tentado como nosotros, aunque sin pecado» (Hebreos 4,15).


La unidad en dos naturalezas

El Concilio de Calcedonia (451 d.C.) definía que en Jesucristo hay dos naturalezas –la divina y la humana– unidas en una sola Persona, sin confusión, sin cambio, sin división y sin separación. Este dogma es esencial porque garantiza que Jesucristo es plenamente capaz de salvarnos:

  • Como Dios, tiene el poder y la autoridad para redimirnos.

  • Como hombre, comparte nuestra condición y puede representarnos ante el Padre.


Impacto en nuestra relación con Cristo

1. Un Salvador cercano y comprensivo

Por su humanidad, Jesucristo comprende nuestras luchas y dolores. No es un Dios distante, sino un Salvador que ha experimentado el sufrimiento humano y puede compadecerse de nuestras debilidades.

2. Un modelo perfecto de vida

Jesús, verdadero hombre, es el modelo ideal de cómo vivir según la voluntad de Dios. Su amor, humildad, obediencia y entrega son ejemplos que estamos llamados a seguir.

3. Fuente de esperanza eterna

Como verdadero Dios, Jesucristo garantiza nuestra salvación. Su victoria sobre el pecado y la muerte nos ofrece la certeza de la vida eterna y la reconciliación con el Padre.


Reflexión espiritual: El encuentro con el Dios hecho hombre

La doble naturaleza de Cristo nos invita a un encuentro íntimo y transformador. San Agustín reflexionaba:

«Dios se hizo hombre para que el hombre pudiera llegar a ser como Dios.»

Esta afirmación nos recuerda que la encarnación de Cristo es un puente entre lo divino y lo humano, una invitación a vivir en comunión con él.


Meditación:

Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Hombre, es el centro de nuestra fe y esperanza. Su naturaleza dual nos muestra el infinito amor de Dios y su deseo de salvarnos. Al contemplar este misterio, somos llamados a profundizar en nuestra relación con él, confiando plenamente en su poder divino y en su compasión humana. Que nuestra vida sea una respuesta constante a este amor, viviendo con fe, esperanza y caridad.

«Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie viene al Padre sino por mí» (Juan 14,6).